lunes, 1 de noviembre de 2010

La falda de volantes

Un dolor punzante en la sien me despierta de un sueño demasiado corto. Intento abrir los ojos pero la luz que entra a raudales por la ventana me hace desistir.
Joder, que noche. Creo que ayer bebí demasiado. Pienso mientras noto en mi boca el inconfundible sabor de la fiesta.
Y eso que iba a ser un rato tranquilo. Unas cañas con mis amigas y pronto a casa. Pero la primera copa llevó a la segunda, la segunda a la tercera... y acabamos en un bar de mala muerte. A partir de ahí todo empieza a ser borroso, sólo tengo retazos de recuerdos, como fotogramas de una película.
Me estiro para intentar despejar mi cabeza pero, como si me hubiese quemado, retiro la mano derecha. Dios, aquí hay alguien. Pienso, todavía con los ojos cerrados. ¿Cuántas veces me he repetido esta última semana que nada de tíos? Y a la primera borrachera acabo con el primer payaso que se me cruza por delante. Espero que al menos esté bueno.
Abro los ojos lentamente para que se acostumbren a la luz del mediodía y me encuentro con una mirada clavada en la mía.
Joder, pero ¿qué coño es esto? Qué hago, qué hago…
-         Ehhh, buenos días – Espero que me haya oído. Si tengo la lengua pegada al paladar… Dios, necesito un poco de agua.
-         Buenos días
Se retira el pelo de la cara, se incorpora sobre un hombro y, sin dejar de mirarme, me sonríe dulcemente. ¿Esto me está gustando? No, no no, que se vaya, por favor, sólo quiero que se vaya y me deje sola…
Algo en mi cara debe hacerle comprender que es hora de marcharse porque se levanta y empieza a vestirse. Yo intento taparme entera con la sábana presa de una absurda timidez. Siento que lo de ayer no fue real, así que me da corte que me vea desnuda.
Cuando termina de vestirse llega el incómodo momento de la despedida pero me pone las cosas fáciles y toma la iniciativa.
-         Lo he pasado muy bien, supongo que nos veremos por ahí
-         Claro – contesto – Perdona que no me levante, estoy un poco mareada.
-         No te preocupes, sé dónde está la puerta. Hasta la vista
Me dirige una cálida sonrisa que provoca la misma reacción por mi parte y, sin mediar más palabra, se marcha.
Me levanto de la cama, me envuelvo en la sábana y me asomo a la ventana.
Mientras la veo marchar por las calles abarrotadas y luchando por que el viento no levante su falda de volantes tengo un solo pensamiento: Al final, no he roto mi promesa.

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