miércoles, 19 de enero de 2011

La maleta

Anillos de humo salían de sus labios. Se encontraba en una casa que no era la suya, en una cama que no era la suya, fumando un cigarrillo que no era suyo y al lado de una chica que no era la suya. ¿Cómo había llegado a esa situación?  Ella se lo había advertido: “Esta chica quiere algo contigo”, pero él lo había negado hasta el final. Cuando la encontró por la noche, lo invitó a una copa y empezó a insinuarse, no pudo decirle que no.
-          Esto no puede volver a pasar ¿lo sabes, no?
-          Es por ella ¿verdad?
-          Claro que es por ella. No puedo creer que le haya hecho esto.
-          Si la quieres tanto, ¿qué haces aquí?
-          No lo sé… ¡Joder, no lo sé!
Se levantó y empezó a vestirse. Su ropa estaba esparcida por toda la habitación, donde la habían ido tirando cuando llegaron de madrugada. Terminó de vestirse. Ella seguía en la cama, con el pecho desnudo y mirándolo insinuante.
-          Adiós
-          ¿No quieres despedirte bien?
-          Joder, ya vale. Déjame en paz.
-          Te veré en el restaurante
-          No voy a volver a ese restaurante. No sé cómo lo haré pero no pienso meterla ahí contigo.
-          Tú te lo pierdes
-          Ojala me lo hubiera perdido
Salió de esa habitación con el firme propósito de no volver más. Le dolía la cabeza, no sabía si por la resaca o por la culpa. Llegó a su casa y llamó al trabajo para decir que se encontraba mal, no podía ir en ese estado. Acto seguido la llamó a ella.
-          Hola, cariño
-          Hola, mi amor. ¿Qué tal ayer? ¿Lo pasaste bien?
-          Sí, bueno, estuvo bien pero ahora me encuentro un poco mal, no voy a ir a trabajar.
-          ¿Qué te pasa? Voy a llamar al trabajo ahora mismo para cogerme el día libre y voy a tu casa a cuidarte.
-          No te preocupes, estoy bien.
-          Da igual, voy para allí. Te quiero
-          Te quiero, mi vida.
Colgó el teléfono atormentado. ¿Por qué era tan buena con él, que no lo merecía? Tenía que contárselo todo. Si quería abandonarlo se lo tenía merecido.
A los 20 minutos llamaron a su puerta. Abrió y la vio aparecer sonriente con una maleta.
-          Hola, mi amor ¿cómo te encuentras? Me he traído la maleta para pasar contigo todo el fin de semana y poder cuidarte ¿te parece bien?
-          Claro que sí, pero ven, tenemos que hablar.
-          Uy, que mal me suena eso… ¿pasa algo?
-          Pasa que soy un cerdo – Dijo mientras se sentaban en el sofá.
Ella se puso tensa de repente
-          ¿Qué pasó ayer?
-          Prométeme que no vas a volverte loca.
-          No te prometo nada, habla ahora mismo.
-          Bueno… cuando iba a irme a casa me encontré con la chica esta que trabaja en el restaurante donde vamos todos los fines de semana…
-          ¿Y qué?
-          Me dijo que me invitaba a una copa y… me quedé un poco más.
-          Por favor, no me digas que te la has follado.
-          Lo siento… lo siento mucho. No podía callarme, no podía seguir contigo como si no hubiera pasado nada…
Ella se levantó de un salto mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y cogió su maleta.
-          Por favor, no te vayas, quédate conmigo…
-          ¿Qué me quede contigo? ¡Eres un hijo de puta!
Salió de la casa llorando, no podía creerlo. Dos años juntos tirados a la basura. Lo sabía, se lo había dicho. Esa tía era una zorra. Le estaba buscando desde el primer día que les sirvió la comida. Sólo lo miraba a él, sólo le hablaba a él y siempre aprovechaba para llevar algo a la mesa cuando ella estaba en el baño… Él era un cabrón, estaba claro, pero esa tía era de la peor calaña. Siguió envenenándose con esos pensamientos todo el camino hasta su casa. Cuando llegó abrió su maleta y empezó a tirar su ropa por toda la habitación. Las lágrimas la cegaban, la rabia no la dejaba respirar… Casi pudo oírse un click en su cabeza. Cerró la maleta vacía, se levantó, la cogió y salió de su casa.
Ya no lloraba mientras iba andando de camino al restaurante. Ya no estaba triste, había tomado una decisión. Abrió la puerta y entró. Allí estaba ella, sola, secando unos vasos recién sacados del lavavajillas. Una sonrisa de bienvenida quedó congelada en su rostro.
-          Buenos días…
-          Déjate de cortesías, sabes por qué estoy aquí. Tienes cara de cansada ¿mucho ajetreo esta noche?
El rostro de la camarera pasó del terror a la suficiencia.
-          Lo siento tía, pero yo no tengo nada que ver. Él es mayorcito, podría haber dicho que no.
-          Y tú podrías haber dejado de buscarle, ¿no?
Dejó su maleta en mitad del salón y se acercó a ella. No podía creer que la mirase de esa manera tan desafiante, después de lo que le había hecho… Cuando se agachó para sacar una nueva bandeja de vasos del lavavajillas, aprovechó para coger una fuente que estaba encima de la barra y golpearla con todas sus fuerzas en la cabeza. La camarera se desplomó inconsciente ¿o estaba muerta? Se agachó y comprobó que tenía pulso; muy débil, pero ahí estaba. La sujetó por el pelo y volvió a golpearla contra el suelo. Así estaba mejor, ni rastro de pulso.
Salió del restaurante con un ligero rubor en las mejillas y paró a un taxi. El taxista, que estaba hacía mucho que no pisaba un gimnasio, sufrió lo suyo para meter la maleta en el coche. Cuando llegó a la casa de él tomó aire y subió las escaleras golpeando la maleta ruidosamente contra cada peldaño. Al abrirse la puerta le dedicó una de sus sonrisas más radiantes. Él le respondió con un abrazo y le cubrió la cara de besos.
-          Gracias, gracias, gracias… Lo siento tanto, te quiero tanto…
-          No te preocupes. Esto no cambia nada. Nuestra vida continuará como si nada hubiera pasado. Coge mi maleta. Tenemos trabajo que hacer.

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